Por José Luis Fernández Rodrigo, periodista
Me entristece ver que las fobias se están convirtiendo en el motor del mundo, en la lógica que mueve a la gente en su día a día, en todos los aspectos de su vida. Entiendo como fobia el rechazo, la negatividad, el ir contra de forma sistemática e irracional. Son dos las que más suenan ahora porque están de actualidad, la homofobia y la xenofobia, aunque a mí me parece que impregnan otras muchas parcelas de nuestra realidad.
Como la izquierda ha puesto el grito en el cielo por los casos de agresiones a homosexuales, pues desde cierta derecha (Vox) rápidamente se han movilizado para desacreditar ese discurso de denuncia, como ya venían haciendo sobre la violencia de género. Yo tampoco creo que la violencia tenga género, pero resulta evidente que hay un problema social de agresividad desbocada contra la mujer, como ser débil, y hay que protegerla con las armas legales o las reformas jurídicas que hagan falta. La coartada de las denuncias falsas no se sostiene con datos estadísticos: puede haber casos puntuales de mujeres que pervierten la ley para que su marido o novio pase el fin de semana en el calabozo, inventándose una agresión, pero son habas contadas, un porcentaje ínfimo y testimonial.
Ahora, algunos han festejado -como un triunfo más de su equipo de fútbol- que uno de los denunciantes haya dicho que era mentira, que le marcaron a cuchillo la palabra “maricón” en la nalga, pero que fue en una relación “consentida”. Y han circulado memes con la cara que se les quedó a algunos presentadores de La Sexta. Vaya tanto que se han apuntado en esta especie de Liga demente. Me recuerda este caso al de aquella mujer rumana que no quería denunciar ni declarar en el juzgado cuando todo el mundo vio en vídeo como su ¿pareja? la arrastraba cogida del pelo y le daba una paliza en su portal. Nos enteramos porque había una cámara de seguridad, por lo visto, pero aun así, aquella desdichada víctima también parecía considerarlo como parte de una “relación consentida”.
En definitiva, hay fobia y ahora también fobia a que se hable de homofobia. Qué decir de ese otro mensaje de móvil que dice que hay que venir en patera para que te alojen en un hotel de cinco estrellas, mientras que a los canarios de La Palma les han metido en un polideportivo y un cuartel tras la erupción. Otra mentira de bulto, pero también disfrutamos de fobia a que se hable de xenofobia.
¿Más ejemplos? Pregunte usted al azar a un hincha culé cuándo disfruta más con sus colores: cuando pierde el Madrid. Y viceversa, que aquí están todos a la par. ¿Deporte? No, fobia al rival. Haga la prueba revisando la mayor parte de las opiniones políticas a su alrededor: ¿propuestas constructivas, debate de ideas...? No, una retahíla de exabruptos y un río de bilis para poner a parir al otro partido político de enfrente, haga lo que haga.
¿Qué sustento tienen los negacionistas? Fobia a la medicina convencional, al sistema sanitario, a la OMS... Se diría que la fobia cumple una función en nuestro organismo, como un desahogo.
Ojalá volvamos poco a poco a la creatividad de la cultura y la generosidad del altruismo con los otros, a la tolerancia con la diversidad y a tantas otras cualidades que también poseemos como humanos. Pero, por ahora, el principal resorte que nos mueve es destructivo con los demás, autodestructivo a fin de cuentas.