Por Mª José Herrero Alpañés, concejal Área de la Mujer de Ayuntamiento de Ibi
¿Qué se supone que debemos hacer este día?: ¿celebrar, conmemorar, reivindicar, rememorar, homenajear, felicitar...?
¿Debiéramos debatir sobre los derechos de las mujeres, la igualdad la equiparación salarial, el techo de cristal, el empoderamiento, la conciliación familiar, la corresponsabilidad...?
Sinceramente, no creo que debiera existir ningún día a lo largo de todo el año para tratar estos temas. Creo que es inherente a la dignidad de la persona el derecho legítimo a no ser tratado de modo diferente, ni mejor ni peor; ya sea mujer, persona de otra raza, ciudadano de otro mundo, o alguien que ha elegido opciones diferentes a la nuestra, sean del tipo que sean.
Las mujeres, me atrevería a decir que prácticamente todas, nos hemos felicitado este día y hemos recibido numerosos mensajes al respecto: valientes, trabajadoras, luchadoras, inteligentes, compañeras, generosas, imprescindibles, bellas, fuertes, audaces, poderosas, únicas... Acabaría este artículo y todavía me quedarían adjetivos con los que referirme a nosotras, las mujeres. Sí, sí, todo eso lo sabemos e, incluso, muchas nos lo creemos. Sinceramente, no creo que debamos felicitarnos por ello.
Porque el problema no es que no seamos todas esas cosas. El problema es que justo en el límite de nuestra zona de confort y nuestra rutina diaria, infinidad de mujeres no se sienten así; a ellas les repiten cada día que no llegarán a hacerlo tan bien como un hombre, a ellas las empapan de un gran sentimiento de culpa si no abandonan sus traba- jos cuando son madres, o si pelean con los varones por repartir las tareas de casa, el cuidado de sus mayores, dependientes, o la crianza de sus hijos e hijas. Sinceramente, me resulta imposible no pensar en reivindicar.
Pienso en luchar por estos derechos y me resulta incoherente tener que hacerlo en 2017. Observo hoy en día conductas y actitudes que recuerdo de mi infancia: el papel que desempeñaban en mi vida mis "yayas", mi madre o mis hermanas y, por el contrario, el trato diferente (y preferente) a mi abuelo, mi padre o mis hermanos. Pero yo las aban- doné allí, en mi niñez, hace más de 30 años y las asimilé como parte de la sociedad de entonces, sin atacarlas ni, por supuesto, defenderlas, sino todo lo contrario, siempre rebelde y contestona, pero asumiendo que las mujeres que conocía habían sido educadas de esa manera y sin atreverme a criticarlas sin ponerme en su piel.
Crecí habiendo enterrado las creencias de que hombres y mujeres éramos diferentes y por ello, hoy en día, me resulta tan difícil "tragar" las injusticias que me rodean, que leo o veo. Y se me atragantan los porcentajes de la brecha salarial, los índices de pobreza y explotación infantil (siempre, claro, superior en niñas y mujeres), las cifras del paro femenino, el escaso número de mujeres en altos cargos y puestos de relevancia y, sobre todo, el número de víctimas de violencia de género, porcentaje respecto al año anterior ( un 40% respecto al 2016) ¿números?, ¿por qué lo relacionado a la mujer se traduce en cifras, números y porcentajes? Me niego. Sinceramente, somos algo más, mucho más. Somos vida. Y para corroborar esta afirmación, acabo con uno de estos mensajes a los que me he referido, positivo y fácil de entender, que dice:
«Tu abuela te dio a tu madre; tu madre te dio la vida; tu suegra te dará a tu esposa; tu esposa te dará a tus hijas...¿Necesitas otro motivo para respetar a las mujeres?».
Sinceramente, no se necesita ningún motivo, pero estos están bien claros por si, a estas alturas, alguien tiene alguna duda. Y digo yo, ¿será por eso?, ¿porque solo las mujeres somos capaces de dar vida?. Pues eso, que respeten las nuestras.