por Tristana Palomino Llopis
Este fin de semana un artículo de El País explicaba la importancia que tiene que nuestros jóvenes lean: “Leer es la única forma de desarrollar un lenguaje avanzado que permita construir un pensamiento complejo”, decía en el subtítulo. Atraída por un tema que suscita muchos quebraderos de cabeza en las aulas, el martes, a primera hora y después de diez días de vacaciones, pregunté a mis alumnos cuántos de ellos leían por placer. Es decir, quienes leían sin la obligación impuesta por los profes de lengua. De diecinueve alumnos de 4º de la ESO, sólo cinco levantaron la mano, y lo hicieron tímidamente, pensando quizá que no era la respuesta adecuada. La variedad de lecturas no fue muy amplia, la mayoría coincidía en afirmar que una de sus lecturas preferidas era el manga, pero como suele pasar casi siempre, algún dato desmonta la estadística; en este caso un alumno de dieciséis años leyendo a Santo Tomas de Aquino. Y no porque en casa se lo hayan recomendado o que su profesor preferido le haya insistido, sino simplemente porque fue a la librería y le llamó la atención este autor.
Desde que imparto clases, he comprobado lo difícil que me resulta contagiar mi pasión por los libros al alumnado. He discutido varias veces con mis compañeros sobre la conveniencia o no de obligar a leer ciertas obras y con el tiempo cada vez estoy más convencida de que los profesores de lengua hacen bien obligando a leer un Jardiel Poncela o un Mendoza, sin quitar de la idoneidad de recomendar a los clásicos. Aunque yo siempre había estado a favor de que cada joven eligiera su lectura, con el tiempo me he dado cuenta que igual que les enseñamos a resolver un problema o las causas de la Segunda Guerra Mundial, también les debemos enseñar cómo expresan los sentimientos autores reconocidos de la literatura universal.
Así que por mi parte seguiré empeñada en la labor de transmitirles los secretos que esconden los libros, ya sea en las sesiones ordinarias de clase, en la denominada “animación lectora” o simplemente en los encuentros ocasionales con jóvenes. Y como madre, continuaré sentándome con mis hijos en el sofá o en la cama con un libro en la mano recordando la viñeta de una madre con el móvil preguntándole a otra con un libro “¿por qué tu hija lee y la mía no?”.