La ineptitud política ante la crisis de la vivienda
La crisis de la vivienda es, sin duda, uno de los problemas más graves a los que se enfrenta la sociedad actual. Mientras los precios de alquiler y compra se disparan, los jóvenes, la mayoría de las veces con trabajos eventuales y salarios bajos, ven cada vez más lejos la posibilidad de emanciparse. Nos encontramos, quizá, ante una nueva burbuja inmobiliaria, y la clase política está mostrando una ineptitud alarmante para gestionarla.
Mientras los jóvenes y otras generaciones luchan por llegar a fin de mes, los políticos parecen más centrados en crispar el ambiente y lanzarse insultos que en resolver los problemas reales de los ciudadanos. La incapacidad de nuestros políticos no se debe solo a su falta de voluntad para enfrentarse a los intereses del mercado inmobiliario, sino a su desconexión total con la realidad. El Congreso y el Senado se han convertido en campos de batalla, donde los debates constructivos han sido sustituidos por ataques vacíos y malintencionados.
Los políticos, al igual que otros servidores públicos, deberían actuar movidos por la convicción de mejorar el bienestar de la ciudadanía, y no por intereses partidistas o personales. El sistema actual, que premia a quienes sirven a sus propios fines y silencia a aquellos que tratan de impulsar cambios reales, está destinado al colapso. No podemos seguir recompensando a los malos actores mientras los buenos son apartados o ignorados. Si seguimos por este camino, llegaremos a un punto muerto, en el que la única salida será una explosión social o, peor aún, una crisis mundial de consecuencias incalculables.
Mientras tanto, Europa, que en otros tiempos se enorgullecía de ser un refugio para quienes huían de la miseria y la persecución, está adoptando medidas que contradicen sus principios fundacionales. La reciente propuesta, inspirada en la ultraderecha italiana, de encerrar a los inmigrantes en zonas fuera de nuestras fronteras, es una traición al espíritu de solidaridad y acogida que alguna vez definió a la Unión Europea. Una Europa que, país por país, es cada vez más reaccionaria, con un discurso de miedo y odio hacía ‘el otro’ y que hace oídos sordos al genocidio que está perpetrando Israel contra el pueblo palestino.
Es hora de decir basta. No podemos permitir que la corrupción y la insensibilidad sigan dictando las reglas del juego. Debemos exigir una política diferente, una que se preocupe realmente por todos, sin importar colores, etiquetas ni siglas. Solo así podremos construir una sociedad más justa, en la que nadie quede fuera de juego.