
¿Está Europa preparada para el vacío de poder?
La reciente reunión entre Donald Trump y Volodímir Zelenski en la Casa Blanca ha dejado un panorama desolador para Ucrania y, por extensión, para Europa. En un acto de desprecio sin precedentes, Trump ha dejado claro que no ve a Rusia como un agresor y ha insinuado que Ucrania debería pagar con recursos minerales por cualquier ayuda militar. Mientras tanto, Vladímir Putin observa desde Moscú, disfrutando del espectáculo y frotándose las manos ante la posibilidad de un Occidente dividido y debilitado.
Pero más allá de los despachos, las cumbres y los cálculos estratégicos, está la gente de a pie. En las cafeterías de Berlín, en las plazas de Madrid, en los mercados de Varsovia, la incertidumbre es palpable. Nadie quiere otra guerra en suelo europeo, pero cada vez es más difícil ignorar que la sombra del conflicto se alarga. Las conversaciones ya no giran solo en torno a la inflación o el precio de la gasolina, sino al miedo a lo que pueda venir si Rusia sigue avanzando y Estados Unidos se desentiende.
La Unión Europea se enfrenta a una prueba histórica. Si EE.UU. deja de ser un socio confiable, Europa no puede permitirse la pasividad ni el divisionismo. La única opción viable es reforzar su apoyo a Ucrania con envíos de armamento, formación militar y garantías de seguridad. Pero no basta con discursos desde Bruselas, hace falta que los líderes entiendan que la población europea está cansada de sentir que las decisiones que afectan su seguridad se toman en salones lejanos sin escuchar a los ciudadanos.
Más allá del plano militar, existe otra amenaza crucial: la posibilidad de que Elon Musk decida desactivar Starlink en Ucrania. La guerra moderna depende de las comunicaciones y, si Kiev pierde el acceso a esta tecnología, su capacidad de defensa se verá gravemente mermada. Es preocupante que un magnate privado tenga tanto poder sobre el curso de un conflicto internacional. Europa debe aprender de este riesgo y desarrollar su propia infraestructura de telecomunicaciones para no depender de actores externos con agendas impredecibles.
Trump comete un error estratégico si cree que puede jugar a repartirse el mundo con potencias autoritarias y mantener la estabilidad global. Ceder ante Putin solo fortalecerá a Rusia y enviará un mensaje peligroso a otros regímenes que buscan ampliar su influencia a costa de países soberanos. Un EE.UU. aislacionista no es solo un problema para Ucrania, sino para todo el orden internacional construido desde la Segunda Guerra Mundial.
Europa debe despertar de una vez por todas. No puede seguir esperando milagros de Washington mientras la gente en las calles teme lo que pueda pasar mañana. Si Bruselas no toma las riendas de la situación, el continente se convertirá en un espectador impotente de su propio declive. La ayuda a Ucrania no es solo una cuestión de solidaridad, sino de supervivencia. Si Putin ve una grieta en la unidad occidental, la explotará sin dudarlo. Y cuando quiera avanzar más allá de Ucrania, ¿quién estará allí para detenerlo?