El negocio del ‘mercado inmobiliario’ del cementerio de Ibi
El 10 de agosto, Teresa Bermejo, mi madre, una mujer que en vida siempre tuvo los pies en la tierra, decidió que era hora de probar suerte en las alturas, literalmente. Después de 84 años de vida y casi 70 pagando religiosamente un seguro de vida, el «seguro de muertos», como le llamábamos en casa, descubrimos que la vida después de la muerte tiene sus propios ascensores, pero lamentablemente, no vienen incluidos en el paquete básico.
Con Teresa, aun en cuerpo presente, la compañía de seguros, sin una pizca de empatía, nos explicó que el paquete básico cubría un nicho en el cuarto piso. Esto no fue un capricho de la aseguradora, sino una decisión impuesta por el Ayuntamiento, que ha convertido el cuarto piso en la opción «económica» para los difuntos. Pero esto me lleva a preguntarme: ¿quién decidió que el cuarto piso era el estándar, y por qué?
Resulta que en el cementerio de Ibi, donde Teresa fue enterrada, el metro cuadrado es el más caro de la provincia de Alicante y está entre los más caros de toda España. Parece que, incluso después de la muerte, el mercado inmobiliario sigue siendo implacable. El precio del descanso eterno aquí compite con el de los barrios más exclusivos, y el cuarto piso es lo más accesible que puedes obtener. Pero si la mayoría de los difuntos solo puede acceder al cuarto piso, ¿qué pasa con los pisos 1, 2 y 3? ¿Quedarán vacíos, como esos pisos de lujo que nadie puede pagar? Y si se agotan, ¿se construirá un quinto piso para los que no puedan costearse nada mejor?
Sin embargo, como buenos hijos, pensamos que quizá a Teresa, que en vida nunca fue fanática de las alturas, le vendría mejor algo más cercano al suelo, quizás un segundo piso con vista a los cipreses. Pero, como era de esperarse, esto no venía sin un costo adicional. Como si hubiéramos intentado actualizar un billete de avión de clase turista a primera clase, nos encontramos con que había que desembolsar 4000 euros para bajarla unos cuantos metros. Al parecer, las vistas desde la segunda planta vienen con un costo adicional no tan celestial.
Menos mal que Teresa, con su sentido práctico, había ahorrado esos 4000 euros. Pero me pregunto: ¿qué pasa cuando no se tiene ese dinero? ¿Hay un “plan de financiamiento” para el más allá? ¿Se quedaría uno atrapado en un limbo financiero entre pisos, esperando a que alguien pague la diferencia? Porque en este sistema, parece que si no tienes el dinero, el descanso eterno podría quedarse en espera, en el cuarto piso, claro.
Los cementerios modernos, siempre innovando, han transformado el eterno descanso en un mercado inmobiliario vertical. Quizás, dentro de poco, ofrezcan ascensores para que las visitas puedan llegar a los pisos superiores sin tener que escalar escaleras, con tarifas especiales para días festivos. «¿Quieres subir a visitar a Teresa? Cinco euros por persona, por favor, y no se olviden de validar el ticket.»
De todo esto, he aprendido una valiosa lección: cuando uno planea su despedida final, debe recordar que la ubicación lo es todo. No sea que termine como Teresa Bermejo, mi madre, pagando una millonada por evitar unas vistas panorámicas que nunca pidió. Porque en la vida, como en la muerte, siempre hay un piso mejor, pero cuesta, y mucho.
Así que la próxima vez que pienses en seguros de vida, recuerda preguntar si el ascensor está incluido, o si te tocará pagar un recargo celestial por un poco de paz más cerca de la tierra. O mejor aún, considera reservar con anticipación tu plaza de nicho y evitarte el lío de los seguros de los muertos.