Descubrirse a uno mismo fuera de casa
¿Alguna vez te has preguntado cómo sería independizarte y dejar la casa de tus padres? ¿Te ha pasado por la cabeza hacer las maletas y salir por esa puerta que tantas veces has cruzado? Es probable que sí, y eso es completamente normal. Es natural pensar en el futuro y querer tomar las riendas de tu vida. Dirigiéndome especialmente a vosotros, jóvenes, adolescentes y veinteañeros, os quiero compartir mi experiencia personal.
Técnicamente, yo no me he independizado del todo: no vivo sola, pero tampoco vivo con mis padres, como lo hice durante 16 años de mi vida. Para dar un poco de contexto, hace dos años me mudé a Finlandia para estudiar. Dejé atrás la vida que había construido en España y me fui, literalmente, al polo Norte. Esta experiencia, por un lado, ha sido de las mejores cosas que me han pasado. Me ha ayudado a crecer como persona y me ha abierto los ojos en muchos aspectos. Sin embargo, no todo es de color de rosa: una de las partes más difíciles de estudiar en el extranjero, lejos de tus padres, es que pierdes su apoyo cotidiano. Algo tan simple como desearles buenos días deja de formar parte de tu día a día.
Fue aquí, en Finlandia, donde entendí el famoso dicho: «No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes». No he perdido mi hogar en España, eso está claro. Cada vez que vuelvo, mi familia y amigos me reciben con los brazos abiertos, y, por supuesto, con un plato de jamón y una tortilla de patata (con cebolla, aunque sé que esta elección me hará ganar algún que otro enemigo). Pero mientras estoy en Finlandia, mi vida es muy diferente. Eso me ha llevado a valorar muchísimo lo que antes daba por sentado: tener a la familia cerca, ver a las amigas de toda la vida cada fin de semana, o disfrutar de una caña improvisada a media mañana con tus colegas. Todo eso se desvanece cuando te mudas a la otra punta del continente. Incluso las costumbres más sencillas cambian: aquí, en la tierra de los renos, no existen esas pequeñas tradiciones españolas.
No estoy aquí para darte la chapa con mi historia. Te la cuento porque creo que es importante ser consciente de lo que tenemos y aprender a aprovecharlo mientras podemos. Cada mañana que te levantes, da las gracias: por un nuevo día, por poder decirle buenos días a tu madre, a tu padre, a tu pareja o incluso a tu perro. Cada detalle cuenta, y de cada pequeño gesto podemos aprender algo.
En Finlandia he aprendido que no hace falta hablar todo el tiempo para ser feliz. Sin embargo, cuando regreso a España, disfruto muchísimo sentarme a desayunar con mi madre y pasarme horas hablando con ella, como si no hubiera un mañana. Eso me llena de felicidad. Y ahora, te pregunto: ¿qué has aprendido estos últimos años? ¿Qué es lo que más te aporta felicidad?
He aprendido que cada segundo cuenta en nuestra vida y hay que valorarlo
Lo que más feliz me hace es levantarme sin tener que ir a trabajar con un buen desayuno y viendo desde la ventana de la cocina a los pájaros que vienen a nuestro jardín a comer y disfrutar de sus baños.
Me encanta como cuentas tu historia eres una artista de la palabra. Ya superando a tus padres que tienen un gran don para la comunicación.
Un gran abrazo 🤗