Da que pensar
Sí, a quienes vamos alcanzando cierta edad, nos ponen a cavilar algunos aspectos del mundo actual que no cuadran, o no cuadran del todo con las formas o maneras de vivir, a las que los mayores veníamos acostumbrados.
Cuando yo era niño (ya hace tiempo de eso) oía a los viejos de entonces exclamar escandalizados: ¡el mundo se ha enloquecido, no sé a dónde iremos a parar!
Sería erróneo por mi parte recurrir al socorrido tópico de los viejos de mi niñez, echando la culpa de todo lo malo a los jóvenes como entonces. Nunca fui partidario de otro tópico que afirma que cualquier tiempo pasado fue mejor. Esto solo es aceptable en el aspecto de que en el pasado éramos jóvenes y ahora no. Por triste que sea reconocerlo, la vejez trae consigo una merma de nuestras facultades tanto físicas como mentales, puesto que, aun no teniendo la desgracia de contraer alguna demencia senil severa, nuestra mente va perdiendo capacidad para asimilar los avances que la ciencia y las nuevas tecnologías imponen en nuestras formas de vida.
Otra de las pocas situaciones a las que se les podría aplicar aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor es al cambio sufrido por las personas mayores con respecto a sus relaciones con las entidades bancarias. En pocos años, dichas relaciones han sufrido cambios bastante considerables y ha sido a peor. La cosa comenzó a sentirse cuando desaparecieron las cajas de ahorros; hasta entonces los clientes, sobre todo las personas mayores, eran atendidas por empleados o empleadas de carne y hueso, lo que daba como fruto una sana amistad entre cliente y empleado; se establecían unos lazos de confianza que, en poco tiempo, han hecho trizas la frialdad de los automatismos, de las máquinas, ¿Esto es malo? Pues no para la sociedad en general, pero sí para las personas que, por su edad, no han podido asimilar las grandes transformaciones operadas en funciones que, hasta no hace mucho, venían ejerciendo como simple rutina.
Si a lo dicho añadimos los quebrantos que sufrieron (en su mayor parte pensionistas y pequeños ahorradores) con los bochornosos casos de las preferentes y otros abusos bancarios, no es de extrañar que el personal haga caso omiso al bombardeo de publicidad con que la entidad bancaria o sociedad de préstamos está ofertando la denominada hipoteca inversa, esta que abona una mensualidad al cliente a cambio de que él ponga su vivienda como garantía. Una oferta que podría ser aceptable en determinados casos, si no fuera porque las entidades bancarias no vienen tratando a sus viejos clientes como se merecen. El gato escaldado, hasta del agua fría huye.