Cada mochuelo a su olivo
Por J. J. Fernández Cano, escritor
Aplicar el mensaje de este viejo refrán sería justo y equitativo en infinidad de casos, el problema viene cuando la bandada de mochuelos que se disponen a pernoctar es muy abundante y los olivos escasos.
Esto viene a cuento por la grave situación que se les plantea a jóvenes que han de pasar a estudios superiores, ya que son muy pocos los que encuentran donde hospedarse. Es lamentable que jóvenes de ambos sexos, admitidos ya en la universidad tras haber recorrido un largo camino de esfuerzo y sacrificios hasta llegar a ese nivel, se topen con el infranqueable muro de no encontrar un modesto habitáculo en el que cobijarse.
Nuestro país tiene motivos, tenemos motivos para sentirnos orgullosos de los muchos centros universitarios que cubren tan valiosos servicios en algo tan importante como es la enseñanza, es una verdadera lástima que no se haya tenido en cuenta, que no se haya previsto que el alojamiento de estos estudiantes es parte integral de los fines que persiguen.
Este grave problema de la escasez de vivienda asequible, tanto para universitarios como para familias de clase trabajadora, no es algo que se nos haya presentado de improviso, como una tormenta de verano, sino una calamidad social que se viene gestando desde años atrás y empeora de forma inexorable, con sus cambios o fases, unas malas y otras peores. Recuérdese la gran crisis provocada por la burbuja inmobiliaria, la enormidad de promotores, constructores y todo lo que rodeaba al sector inmobiliario, que era mucho, y el desempleo aumentó de forma desmesurada. Se decía que las causas de tal desaguisado venían porque los grandes inversores se habían refugiado en el sector inmobiliario, lo que dio como resultado que se había construido muy por encima de las necesidades de nuestro país y muchas de aquellas obras -viviendas o no- aún muestran sus esqueletos como monumentos a la inutilidad. Se generó así una de las crisis económicas más graves sufridas en España en muchos años.
Y casi enlazando con dicha crisis, vino el implacable azote de los desahucios, poniendo a infinidad de familias en la calle a causa de las abusivas subidas de las hipotecas -por revisión y cambio de tasación de la casa o piso, un abuso- y los alquileres, una auténtica infamia, una vergonzosa actitud para el gobierno o gobiernos que las permitían, por más que se empeñaran en justificase diciendo que aquellos atropellos eran legales.
La vivienda -sobre todo la que llamamos social- y el precio de los alquileres deben ir en consonancia con los sueldos medios que suele percibir un trabajador o trabajadora; todo lo que no sea llegar ahí, será poner parches a un problema que, lejos de resolverse, terminará por llevarnos a una situación de auténtica desidia social.