Pinganillos de la idiotez
La idiotez humana no tiene límites y la paciencia de los ciudadanos parece que tampoco. El uso de las lenguas cooficiales de España en el Congreso de los Diputados es ya un realidad.
Sus señorías podrán ejercer su turno de palabra utilizando su lengua vernácula, solo en el caso del gallego, euskera y, por supuesto, el catalán. Una propuesta hecha por el prófugo de la justicia Puigdemont y aprobada en tiempo récord por la mayoría parlamentaria liderada por Sánchez, que un año antes había negado. Una reivindicación histórica que finalmente ha visto la luz. Hasta aquí todo parece coherente, democrático y, apurando al máximo los argumentos que lo defienden, hasta justo y legítimo. Pero la realidad que nos ocupa es bien distinta a lo que parece. Tenemos a un rehén político que es el presidente en funciones, y a otro, un fugado de la justicia española que tiene la sartén por el mango para decidir quién será el próximo jefe del ejecutivo y, lo que es peor, qué concesiones tendrá que hacer para serlo.
Lo vimos con los indultos, con la rebaja de las penas por malversación y ahora lo estamos sufriendo con las respetables lenguas de las autonomías. Es asombroso la rapidez con la que un gobierno ejecuta las leyes cuando se trata de aprobar sus presupuestos, obtener una presidencia o simplemente salvar el culo. La vergüenza no tiene padres y este gobierno, al igual que otros de distinto color, llevan al extremo su desesperación por seguir viviendo de la mamandurria a cualquier precio.
Tenemos una lengua común que es el español o castellano, como ustedes prefieran, donde todo los diputados se comunican perfectamente sin la necesidad de más elementos añadidos que la voluntad de la escucha activa. Ahora, el hemiciclo del congreso se convertirá en una Torre de Babel pagada con el sufrido bolsillo del contribuyente que, a partir de ahora, observará los debates televisivos como si de un parlamento del lejano Uzbekistán se tratara. Bien.