Opinión

Siempre hubo ‘alergia’ a la democracia

Cuando alguien le pone pegas a votar, por mucho que disimule, para mí que sufre ‘alergia’ a la democracia. Qué hay más sano que votar, elegir, decidir. Ha vuelto a ocurrir ahora, aunque lleva pasando décadas y casi siglos, si tuviéramos este sistema político más arraigado. La Generalitat gobernada por el PP ha convocado -con buen criterio, en mi opinión- a las familias a que elijan la lengua vehicular en las aulas. Eso es el idioma base de la enseñanza en el conjunto de asignaturas, lo que no quita para todos los alumnos tengan el valenciano y el castellano como materia de lengua obligatoria. Por supuesto.

Pues a los nacionalistas y a la ¿izquierda?, en general, no les ha gustado la idea y han recurrido incluso a los tribunales para que madres y padres no acudan a las urnas. Bueno, es una consulta telemática, deben dar su voto desde Internet, pero eso es lo de menos. Suele ocurrir que cuando no estás convencido del resultado de unos comicios, prefieres que las cosas se decidan a la fuerza. Como se perpetró con la llamada “inmersión lingüística” a la catalana que impuso Compromís cuando los socialistas de Ximo Puig estaban al frente del poder autonómico. Era cuestión de votos y tragaron, claro.

Le pasa lo mismo al régimen cubano: mejor un partido único y pseudelecciones sólo para elegir entre los de mi cuerda, la buena. ¿Único? ¿De qué les suena? Sindicato único, sin ni siquiera partidos políticos (¿para qué?), pensamiento igual de único, España una grande y libre… Exacto, el franquismo. Y Stalin, Pinochet, etcétera. La vieja historia del mundo. Si mi ideología es la buena, ¿para qué votar? Yo ya sé qué es lo mejor para todos y se hace a mi manera.

Elegir cada cuatro años no se puede considerar la panacea, ni mucho menos, pero ya representa unos cimientos para la convivencia: que los asuntos de la mayoría -la res publica, qué bonito término latino- se deban consensuar, con unas bases de acuerdo y conciliación, desde el diálogo y pacifismo, no el ordeno y mando. Y que vivan los referéndums, el primero, sobre la independencia de Cataluña, por qué no. En cambio, enseñar Matemáticas o Ciencias en valenciano/catalán sí o sí, con la excusa del bilingüismo, eso no lleva a ninguna parte. Imitar a esos que al norte del Ebro se empeñan en que una parte de su población sustituya al castellano por el valenciano, como un fin en sí mismo, denota totalitarismo. Quien quiera cambiar, como si prefiere el mandarín, pero que sea por su propia voluntad, sin inmersiones lingüísticas.

Parece mentira que se nos olvide ya que en los años 60 del siglo pasado, anteayer como quien dice, algunos profesores vigilaban en el patio del recreo de colegios de Ibi -por ejemplo- para que ningún niño hablara en valenciano, su lengua materna que había ‘mamado’ desde que nació. Cómo podemos volver a caer en el mismo cerrilismo de aquellos que afirmaban lo de “hablar en cristiano”. ¿Ahora el cristiano es el catalán? Qué triste.

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