
Trump, Ucrania y el lucrativo negocio de la paz
Donald Trump ha vuelto a hacer de las suyas. Ahora, en su incesante afán de protagonismo y con la Casa Blanca convertida en su nuevo campo de juego, se ha autoproclamado el gran pacificador del conflicto entre Rusia y Ucrania. Pero su «paz» tiene truco: concesiones a Putin, desprecio a los ucranianos y ninguneo a Europa. Es el mismo guion de siempre, el de un hombre que no concibe el mundo fuera de su esquema de negocios y poder personal.
La jugada es clara. Trump ha pactado con Vladímir Putin unas «negociaciones inmediatas» para poner fin a la guerra, pero la paz que propone no es más que una claudicación ucraniana ante las exigencias del Kremlin. De entrada, ya deja claro que Ucrania no recuperará los territorios ocupados, incluida Crimea, anexionada ilegalmente en 2014. Tampoco contempla la posibilidad de que Kyiv entre en la OTAN, desmontando así años de compromisos de Washington y sus aliados europeos. Es decir, se cierra cualquier vía para que Ucrania tenga garantías de seguridad a futuro, mientras Rusia se afianza en el territorio conquistado.
Esta postura supone un giro radical con respecto a la política de Joe Biden y sus predecesores. La administración actual, con todos sus defectos, al menos ha mantenido la postura de que la paz debe ser negociada por Ucrania en sus propios términos. Trump, en cambio, decide lo que le conviene a Kyiv desde su despacho, como si estuviera repartiendo terrenos en uno de sus campos de golf.
Lo más indignante es que esta «paz» se negocia sin contar con Europa. Mientras países como Francia, Alemania, España y Polonia insisten en que cualquier acuerdo debe incluir tanto a Ucrania como a la UE, Trump lo ignora deliberadamente. Su objetivo no es la estabilidad global, sino el show mediático y las posibles ganancias que pueda obtener. Y, por supuesto, todo ello con el beneplácito de Putin, encantado de ver a Washington dando pasos atrás mientras él consolida su influencia.
Desde la cumbre de la OTAN hasta las declaraciones de altos cargos europeos, el mensaje es claro: no se puede decidir el futuro de Ucrania sin los ucranianos, ni la seguridad del continente sin Europa. Pero Trump no escucha. Para él, la diplomacia es un mercado, las guerras son oportunidades y los países son meros tableros de su partida de ajedrez personal.
Es vergonzoso que el mundo siga bailándole el agua. Un hombre que actúa como un matón de patio de colegio, que se cree dueño de la Casa Blanca como si fuera otro de sus hoteles, sigue dictando las reglas de la política internacional. ¿De verdad no hay nadie que le frene? ¿Que le diga que no, que el mundo no es su juguete?
Porque si seguimos así, la historia se repetirá. Y la factura, como siempre, la pagarán los mismos: los ucranianos, los europeos y todos aquellos que creen en un orden mundial basado en el derecho y no en los caprichos de un empresario con delirios de grandeza.