Dos caras bien distintas de la gestión pública
La gestión del dinero público tiene un impacto directo en la confianza ciudadana y en la calidad de vida. Estos días he visto dos noticias que me han llamado la atención. Por un lado la subida de impuestos en Ibi y por otro la devolución de una parte de los impuestos a los ciudadanos de la ciudad suiza de Basilea. Mientras que en Basilea, el superávit fiscal de años de buena gestión ha permitido redistribuir excedentes a los contribuyentes, en Ibi, una subida del 62% del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) genera indignación y acusa al gobierno local de ineficiencia. Ambas historias ilustran cómo las decisiones financieras pueden fortalecer o erosionar el contrato social entre ciudadanos y gobernantes.
En Basilea, el reparto directo de 2.500 francos suizos (2.700 euros) a los ciudadanos refuerza el principio de justicia tributaria: los impuestos deben servir para cubrir necesidades comunes y, si sobra, regresar al origen. Además, el cantón ha establecido un mecanismo permanente para redistribuir el 80% de los excedentes futuros y usar el resto para amortizar deuda pública, un modelo que combina responsabilidad fiscal con sensibilidad social. Este enfoque no solo mejora la confianza en las instituciones, sino que también fomenta una visión positiva de los impuestos como herramienta de bienestar colectivo.
En contraste, la situación en Ibi pone de manifiesto lo que sucede cuando las finanzas públicas se manejan con improvisación y fines políticos. La subida abrupta del IBI, justificada como la única manera de equilibrar un presupuesto con un desfase de 3’4 millones de euros, ha generado un rechazo masivo de los ciudadanos, quienes sienten que cargan con las consecuencias de años de gestión deficiente. La acusación de que el anterior equipo de gobierno retrasó la subida del impuesto para evitar un coste electoral subraya un problema recurrente: el uso de las finanzas públicas como herramienta política a corto plazo, en lugar de una planificación estructurada para el largo plazo.
Ambos casos resaltan lecciones fundamentales sobre la gestión del dinero público. Por un lado, la ciudad suiza muestra que cuando las cuentas se manejan con previsión y transparencia, los ciudadanos no solo se benefician económicamente, sino que también se refuerzan los lazos de confianza con el gobierno. Por otro lado, Ibi evidencia que la falta de planificación y la politización de las finanzas pueden llevar a medidas impopulares que dañan tanto la economía local como la percepción pública de una mala gestión, con su ineludible pérdida de confianza.