por José Luis Rico
En los últimos años, Europa ha experimentado un preocupante giro hacia la extrema derecha, evocando recuerdos inquietantes de la era prenazi. Esta tendencia, visible en el ascenso de partidos nacionalistas y populistas, refleja un descontento social y económico que recuerda de algún modo a la turbulencia que precedió a la Segunda Guerra Mundial.
El auge de la extrema derecha en Europa actual está impulsado por varios factores. La globalización y las (reales o no) crisis económicas sumado a la inmigración masiva, especialmente desde el Medio Oriente y África, ha alimentado temores sobre la identidad cultural y la seguridad económica. En este clima de incertidumbre, los partidos de extrema derecha han encontrado terreno fértil para cultivar su mensaje de nacionalismo, proteccionismo y rechazo a la inmigración.
Este fenómeno tiene inquietantes paralelismos con la Europa de los años 20 y 30 del siglo pasado. En Alemania, esto facilitó el ascenso del nazismo, que prometía restaurar el orgullo nacional y ofrecer soluciones simples a problemas complejos. Hoy, de manera similar, los líderes populistas prometen respuestas fáciles y soluciones drásticas, explotando el miedo y la frustración de la población.
El discurso de la extrema derecha contemporánea también resuena con ecos del pasado. El énfasis en la pureza racial, la xenofobia y el antisemitismo ha sido reemplazado por retórica antiinmigrante, islamofobia y euroscepticismo. Sin embargo, la esencia sigue siendo la misma: la creación de un «otro» al que culpar de los males de la sociedad. Esta táctica divisoria, utilizada magistralmente por los nazis, sigue siendo una herramienta poderosa en manos de los políticos de extrema derecha de hoy.
A nivel político, la erosión de las instituciones democráticas y el desprecio por el estado de derecho son señales alarmantes. Los gobiernos de extrema derecha en países como Hungría y Polonia han mostrado un desprecio inquietante por la independencia judicial y la libertad de prensa. Esto refleja la consolidación del poder que caracterizó a los regímenes fascistas de principios del siglo XX. Sin embargo, es crucial reconocer que, aunque hay similitudes preocupantes, la Europa de hoy no es la misma que la de los años 30. Las instituciones democráticas son más fuertes y la memoria histórica de los horrores del nazismo sirve como un poderoso recordatorio del peligro que representa la intolerancia. La Unión Europea, a pesar de sus desafíos, sigue siendo un baluarte contra el totalitarismo, promoviendo la cooperación y la paz entre las naciones.
La deriva hacia la extrema derecha en Europa es un fenómeno alarmante que debe ser tomado en serio. Aunque las circunstancias no son idénticas a las de la Europa prenazi, los paralelismos son suficientes para justificar una vigilancia y acción decidida.