Nunca digas nunca Hamás (Israel, menos)
Estos días hemos vuelto a oír con insistencia ese término matemático o geométrico que suena tan bien… “equidistante”. Algunos políticos lo tienen en la boca con frecuencia para recriminar al adversario político que se pone de perfil, que no se moja porque intenta nadar y guardar la ropa. Por ejemplo, ahora con la que se ha montado en “Tierra Santa”, con muertos por todas partes en una historia que ya cansa, de más de siete décadas de violencia. En concreto, Feijóo reprocha al Gobierno y en especial a Sumar que se muestren tibios en la condena a la barbarie de Hamás. Y no le falta razón: poner bombas es inadmisible, sea quien sea y en nombre de quién o de qué lo haga (Alá, Marx, Yavhé, Jesucristo, el mundo libre de armas de destrucción masiva…)
De la misma manera, el Gobierno de Israel, que lleva aniquilando palestinos desde que decidieron invadirlos apelando a que aquel lugar era sagrado y les pertenecía hace nosecuántos mil años, pues tampoco es que se pueda considerar muy presentable. Con ese ejército que tiene el dudoso honor de tener autorizada la tortura legalmente, pocas lecciones de moral pueden dar ahora a los terroristas que les han dado a probar su mismo jarabe.
En cambio, Feijóo y los suyos llevan mudos ante esta otra barbarie desde el principio de los tiempos, porque ya se sabe que Israel y su amigo yanqui son una referencia de la “libertad”. Por eso, tiene poco que echar en cara a la izquierda, ahora.
Yo me siento equidistante: a la misma distancia de unos y otros, aunque el origen del conflicto y el “malo de la película” al principio fueran los judíos, porque después los musulmanes han obrado igual de mal, causando muertes inocentes. Y es una vergüenza para todo el mundo que la ONU sea papel mojado, por el derecho a veto de las superpotencias, que no asuma su papel de árbitro mundial, expulse de una vez a los israelitas de todo el territorio que han colonizado a sangre y fuego, y castigue también a los pretendidos guerrilleros liberadores de Hamás. Que dejen vivir en paz a la población civil de uno y otro pueblo, a quienes demuestren humanidad y renieguen de la violencia en su nombre.
Los españoles sabemos mucho de este tipo de dilema, que para mí no es tal, con nuestra Guerra Civil. Ahí también soy equidistante, porque me repugnan igual quienes mataban curas o monjas y pegaban fuego a iglesias, que quienes fusilaban rojos o los dejaban morir pudriéndose en calabozos tras torturarlos. También en este caso había un “malo de la película” culpable del conflicto: los salvapatrias dictadores y su caudillo asesino, pero eso no justificaba la violencia desde el otro bando en nombre de la República. La paz por encima de todo, la violencia no es nunca una forma de defensa propia.